Uno escribe eso, que ha muerto, y lo
siente extraño: ¿de verdad ha muerto? No es su edad la que contradice la idea, la que por supuesto
llevaría a entenderla como natural. Su muerte no se siente como natural. La imagen de que
haya fallecido debe atravesar la terrible memoria: su poder de Señor de la Muerte no se condice con
que a él mismo le haya llegado su turno. La idea debe atravesar mis muros de incredulidad: ¿de verdad él mismo era finito entonces? “Entonces”, cuando
el país estaba doblegado bajo su oscuro
mandato y cuando era impensable que el
mismo que mataba tan soberanamente pudiera morir.
Se encontró con ella, o ella lo encontró, en su celda de la cárcel de
Marcos Paz. En cárcel común, con condena por delitos de lesa humanidad.
Yo escribiría en su lápida: “Fue dictador hasta el final”.