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viernes

CORRIENTES Un cuento de lectores

          Soy pescador desde chico. Mi padre me despertaba oscuro todavía para llevarme con él al río, y me enseñaba a tirar la línea que arrancaría de la corriente a esos dorados que se agitaban unos momentos en tierra, mojados y tornasoles. Yo aprendía a esperar. Que amaneciera primero, que en el río se marcaran sus calles de agua  después, y luego que sus movimientos secretos trajeran los peces. Entonces yo soñaba con pescarlos y poder hacerles una marca. Soñaba con  marcarlos,  arrojarlos al agua de nuevo y volver a pescarlos río abajo sólo para poder reconocerlos.
Así que no hay nada tan mío como  ese llamado de pescadores que me lleva al río de libros, el que corre por la Avenida Corrientes. Lo conozco como al  otro, con sus meandros, sus crecientes y sus bajantes. Sé qué se puede pescar en cada ribera. A veces cruzo de orilla en orilla esperando que la corriente traiga de noche, tarde, ese libro que uno ha estado esperando tanto tiempo... También sé aprovechar las tardes de enero cuando las calles están calientes como infiernos  y hay poca gente que se les anima.  Entonces,  los vigilantes  flotan en un vapor de aburrimiento. A mí no me ha fallado, no me falla jamás, el instinto. Busco el libro entre centenares de libros y lo hallo.  Busco la vigilancia distraída y la percibo. Recojo la línea más rápido que lo que los ojos puedan ver, y  me llevo mi pez conmigo.
Quien no haya pescado no puede saber cómo tiembla el libro entre las manos... Se agita, y después se abandona. Lo sostengo contra el pecho, lo siento palpitar, a veces no puedo llegar hasta casa y lo abro en la primera esquina o me siento en cualquier banco. Cuántos versos, cuántas historias, cuántos párrafos claros se me saltan entre las manos, agitando la cola de un lado para  otro, brillantes, mojados todavía...Sí, yo pesco el libro y me lo llevo  a casa  porque  digo que por el agua navegan peces, camalotes,  canoeros y libros.   Y que   el río está  corriendo día y noche, sólo hay que acercarse a la ribera con  línea y anzuelo  y  tomar del agua lo que el agua lleva. 
Pero no me olvido que los libros pertenecen al río. Después que los tuve conmigo me gusta devolverlos. Me gusta tanto como pescarlos. Los tomo en una librería, los devuelvo en la otra. Les dejo uno ya leído, me llevo otro.  Mido a la guardia,  cruzo de vereda si hace falta,  cruzo los libros de estantes, dejo los más caros  en las mesas de  ofertas,  mezclo filosofía  con ciencia ficción  y misterio con psicología, dejo poesía entre los de cocina, llevo a Inodoro Pereyra con las antígonas y los  macbeths... Pero antes de devolverlos les hago una marca: les dibujo un triangulito en el margen de la página veintitrés.   Y  después, con el corazón mojado,  los lanzo al agua.
 Ayer, Corrientes arriba, vi que nadaba uno de mis libros. Con mi señal, era un pez inconfundible.  Pero estaba en otra librería, en una librería diferente a aquella en donde yo lo había dejado.  Es  que el  río corre para todos y claro que  hay muchos  pescadores...  


Isabel Garin