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viernes

El Señor de los Pájaros

Sentado en un banco de Puerto Madero reina el Señor de los Pájaros. Guarda todas sus propiedades en una mochila vieja y desgastada  y lleva puesta  la mayoría de las prendas con que viste o desviste según haga más o menos calor o frío. Conoce a todos los pájaros del cielo  y  no solo los reconoce porque sean palomas, horneros,  benteveos, gorriones o cotorras sino también por sus personalidades.  Los hay desconfiados o confianzudos, prepotentes, simpáticos, ingenuos, atolondrados, amistosos y así, tales como los hombres, toda clase de aves.

A la tarde temprano, cuando los restoranes  terminan de servir el almuerzo y limpian las cocinas, el Señor sale de recorrida ordenada y metódica y pide las sobras en un restorán, en el otro, en el siguiente y en el de más allá. Vuelve con la comida para todos: la propia y la de  sus amados vasallos sobre los que reina magnánimo, miguita a miguita, cáscara por cáscara,  pedacito a pedacito, en el medio de una rueda de pájaros gorjeantes y saltarines que aceptan tomarla de sus manos.  Y el Señor de los Pájaros come entre ellos con la plenitud de las aves del cielo que no siembran ni siegan pero que igual hallan su alimento. 
Al menos, las del cielo de Puerto Madero. 


El Señor de los Pájaros
Graciela Iturbide, 1984