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jueves

Aquel mundo más lento

 Me gustaba aquel mundo pre-informático donde todo era más lento. Escribir una carta a mano, en papel, despacharla por correo y esperar unos quince o veinte días la respuesta: una semana o diez días de ida y otros tantos de vuelta si el destinatario contestaba enseguida.  Acostumbrados ahora a la respuesta inmediata de los guasap, que no se conteste enseguida genera ansiedad, inquietud y dudas.

A mí me gustaba, ahora que puedo comparar ambos mundos, quedar en una cita o en una visita previamente acordadas en la seguridad de cumplirlas sin ninguna necesidad de recibir avisos intermitentes del tipo “estoy saliendo”, “ya estoy viajando”,  “llego en quince minutos”, o “me retraso un poco”. Un presente agobiador e innecesario al que hay que estar apelando de manera permanente.

La imaginación y la expectativa que reinaban en la lenta espera anterior a las respuestas se han desvanecido.  Pero, ¿a quién le sirve esta inmediatez tan desconsiderada de hoy, para qué nos sirve? La tecnología puso al mundo a correr y  la época neoliberal hace que la gente  “no tenga tiempo” para nada, tan ocupados se encuentran todo el tiempo, y nos hace marcar el paso de las pantallas, día y noche. La velocidad (dice Byung-Chul Han que el tiempo se precipita porque no tenemos referencias que lo anclen) nos empuja de una actividad a otra, de un presente a otro presente frenético, de una ansiedad a la siguiente.

Aquel mundo más lento iba mejor conmigo o yo con él. 

domingo

El tiempo no para


 
Así, con la frase que remite al tema de la Bersuit, abre el calendario artesanal que recibí de regalo en el arbolito, a fines de 2015. Me lo regaló mi hermana María Elena, que ilustró cada mes con una obra suya, de sus pinturas.Y ya estando en febrero y viendo que, en efecto, el tiempo no para, me acomodo a él  y empiezo, con demora, los rituales del año. Uno de ellos: renovar la agenda  2015 y el índice de direcciones, esas que siguen estando en papel porque el directorio del celular y los contactos del correo electrónico no pueden contener todas las direcciones de mi vida.  

Primero renuevo la agenda tirando las páginas 2015 para colocar las del 2016. Miro las anotaciones: encuentros, turnos, recordatorios, a ciertas horas, en ciertos días. Ya pasaron, se deslizaron por el año anterior, se perdieron en el tiempo, en eso que corre para atrás en el deslizador de la memoria. Veo notas subrayadas, signos, círculos, llamados, alertas por asuntos a los que debí atender, mientras iba llenando las páginas de la agenda una después de otra, una seguida por otra,  incansablemente.  ¿Adónde se fueron esos apuros,  esas previsiones y esas esperas? ¿Qué más queda además de estas anotaciones con tinta azul?  Algunas me dan risa: arreglos o acuerdos que no se concretaban,  repetidos llamados y búsquedas, tal vez con enojos incluidos, visibles ahora como  huellas  sobre el suelo inmaterial del tiempo.

 Y este año sí, después de varios años de no hacerlo, me tomo el  trabajo de renovar el índice de direcciones.  Me asombra su desactualización.  Familiares que ya no viven donde dice ni tienen este teléfono, tíos y amigos muertos, compañeros mudados, absolutos desconocidos: ¿quién es éste que dice acá? ¿Y ésta? No recuerdo porqué los tengo anotados, ¿habrán sido importantes en su momento? Y hay otros asentados en actuales categorías de indeseables, o redundantes, o (sin ningún cariz peyorativo), inútiles.  A veces no me reconozco en el registro de tal o cual, ¿yo lo anoté,  y para qué  anoté  a tal  o cual si nunca, pero nunca,  lo voy a llamar? ¿Y por qué sigo teniendo anotada a tal persona si no quiero  saber nada de ella?


 

Limpio y hago práctica quirúrgica sobre nombres y lugares, corto, arranco, y también agrego. Anoto nuevas direcciones, marco en el espacio con renglones de cada hoja las señales donde hallarlas. Registro a los allegados para que no se me pierdan en el año que se deslizará nuevamente, para que sus nombres no desaparezcan en el transcurso incesante de un día después de otro, uno seguido por otro, indetenibles, porque en verdad el tiempo no para. Los registro también para reconocerlos a mi lado, de mi lado, en la trama laboriosa  de esos días que voy a tejer desde ahora, cuando el año es nuevo todavía, en una  urdimbre  que el próximo año me parecerá otra vez liviana y olvidable.





El fin del año




Ya estamos sobre el fin del año 2012, y el fin del mundo no se ha producido ni parece que fuera a suceder en los días restantes, aunque es probable que los que lo anunciaban, basados en distorsiones sobre las creencias mayas,   hayan ganado mucho dinero con libros y películas. Más allá de eso,  de que el fin del mundo no se ha producido, que no es poco considerando los desastres ambientales, las guerras, las violencias sobre los pueblos y el desaforado consumo de los que pueden consumir,  otro fin de año se  nos acerca. 


Se nos acerca, sí. Ya lo tenemos encima. Empezó a acercarse el 1º de enero del año  y lo hizo sin pausa, día tras día  y mes tras mes. Y nosotros pasábamos las hojas de las agendas, programábamos actividades a días vista,  establecimos días de encuentros, de viajes, de trabajos,  de proyectos, y  nos parecía tener el control del tiempo, pero no…Estamos en el fin del año y  exclamamos sorprendidos:

- ¡Ohhh! ¡Se fue otro año!

Como si no  hubiéramos advertido que  lo gastamos día a día, lo consumimos, y el año también nos consumió a nosotros. Con su potencia calendaria, nos dice ahora que estamos un año más vividos. ¡Chin chin!

En  los trabajos suceden los síndromes de fin de año: de pronto, lo que no se hizo o no se pudo hacer en varios meses debe quedar cerrado, terminado, entregado. Parece de verdad que desde el 1º de enero del próximo año sucederá un nuevo ciclo del cosmos, a la manera maya, y no podremos llevar nada de este ciclo,  que quedará en otra dimensión. Los jefes desempolvan viejas tareas que fueron suspendidas y preguntan si  están terminadas, y recuerdan que lo que no se hace o no entra hasta el 31 de diciembre se perderá en el ciclo que culmina.  La gente anda cargada de actividades de un lado para otro, deseando que el año termine finalmente  para dejarlo atrás como a una prenda usada. De pronto el año pesa,  los días vividos parecen estibados sobre la espalda de cada uno,  y se siente una urgencia de desembarazarse de esa carga y  una ilusión de comenzar el año nuevo livianos, flotantes,  sin ataduras.  Ilusión calendaria.

Y además hay que organizar fiestas. Hay que organizarlas en los trabajos y en las familias, y compartirlas con los queridos y con los que no. Hay que compartir el fin del año como si se tratara de una pequeña catástrofe de fin de los tiempos, para conjurarlo, y hay que  soltar burbujas, fuegos artificiales,  abrazos, regalos, saludos  con gentes diversas,   para recibir al nuevo, una fecha cero que dará paso al inicio  de otro año.

Otro año, que transcurrirá día tras día, sin pausa, hasta que digamos cuando el que aún no ha llegado esté por finalizar:

-¡Ohhh! ¡Se fue otro año!


Calendario maya