lunes

Golpe adentro - Generaciones del ' 76

Entonces, en 1976,  yo era muy joven y vivía en un pueblo, Veinticinco de Mayo, al que el conflicto social llegaba amortiguado. Aún así el golpe se presentó violento en las calles del pueblo, con armas y retenes en la plaza principal, la comisaría como cuartel, las entradas y salidas cerradas por soldados, y rastrillajes y allanamientos. Se respiraba el aire de la amenaza, latía el peligro,  y de pronto yo  tenía  libros acusatorios en casa y una actividad estudiantil y política que era mejor ocultar, aunque la verdad es que era muy menor  y obligadamente breve, dada mi edad.  Pero un poco más tarde los servicios fueron a casa de mi familia (yo ya me había ido), revisaron la correspondencia de mi madre y le hicieron insistentes preguntas sobre mis hermanos y sobre mí.  Luego iríamos  sabiendo de  compañeros detenidos y ausentes de toda ausencia (todavía sin el nombre “desaparecidos”), de otros que se exiliaban y de otros escondidos o  mudados a lugares alejados de donde habían vivido.  Después conoceríamos la magnitud de lo ocurrido. 

“A mí no me agarraron”, me he repetido como mantra todos estos años. Y “a mí no me pasó nada”, también me he repetido  contra toda evidencia. La evidencia íntima de quien  ha experimentado la amenaza de la tortura y la  muerte atroz como una posibilidad cierta,   de quien quemó  o enterró libros,  de quien supo de detenciones oscuras  y recuerda aquel  silencio   atronador sobre lo que ocurría.  ¿Es que hay alguien  a quien entonces no le haya pasado algo?
A mí no me agarraron pero igual  la vivencia de la dictadura se me quedó adentro.  Muchas veces me he preguntado  si  quienes no vivieron bajo ella, tal vez  muchos de los que hoy preguntan porqué es feriado el 24 de marzo, imaginan cómo es tener interiorizada la amenaza, el miedo constante, la prevención de hablar ante desconocidos,  el cálculo permanente sobre si lo que se está diciendo es, o podría ser, interpretado con el grave adjetivo de “subversivo”.  Y siento alegría por todos los que no han conocido  esta interiorización y deseo que siempre sea así y en  todo caso, si lo saben,  que solo lo sepan contado por la historia.
Y acá estamos, entonces, las generaciones  del `76 padeciendo de Golpe para toda la vida. Honrados y también condenados a nombrar a los desaparecidos para siempre.  Condenados a padecer el `76  con esta memoria de tenazas ardientes sobre la carne, la rabia de haber conocido el miedo y el deseo de no haber tenido esta historia.  
Por eso me miro en el espejo en este día  y  me  reconozco, golpe adentro, como los demás. 






















viernes

El Señor de los Pájaros

Sentado en un banco de Puerto Madero reina el Señor de los Pájaros. Guarda todas sus propiedades en una mochila vieja y desgastada  y lleva puesta  la mayoría de las prendas con que viste o desviste según haga más o menos calor o frío. Conoce a todos los pájaros del cielo  y  no solo los reconoce porque sean palomas, horneros,  benteveos, gorriones o cotorras sino también por sus personalidades.  Los hay desconfiados o confianzudos, prepotentes, simpáticos, ingenuos, atolondrados, amistosos y así, tales como los hombres, toda clase de aves.

A la tarde temprano, cuando los restoranes  terminan de servir el almuerzo y limpian las cocinas, el Señor sale de recorrida ordenada y metódica y pide las sobras en un restorán, en el otro, en el siguiente y en el de más allá. Vuelve con la comida para todos: la propia y la de  sus amados vasallos sobre los que reina magnánimo, miguita a miguita, cáscara por cáscara,  pedacito a pedacito, en el medio de una rueda de pájaros gorjeantes y saltarines que aceptan tomarla de sus manos.  Y el Señor de los Pájaros come entre ellos con la plenitud de las aves del cielo que no siembran ni siegan pero que igual hallan su alimento. 
Al menos, las del cielo de Puerto Madero. 


El Señor de los Pájaros
Graciela Iturbide, 1984

domingo

Enero en algún planeta


Tarde de domingo de enero. El calor no es de este mundo. La ciudad inmóvil, las calles desiertas, la gente desaparecida. ¿En cuál planeta estaremos? Seguro que en alguno muy cerca del sol. En uno donde el sol ablanda el asfalto y caldea las paredes y el aire caliente y sucio que respiramos, y que tiene domingos como los de enero en la Tierra,  vacíos, calurosos, interminables.
En la parada de colectivos un humano espera. La nave que vendrá a buscarlo lo llevará por la ciudad de sol fundido hasta los habitáculos donde viven los moradores más pobres de este sistema planetario, allá donde el sol es más impiadoso todavía y se derrite sobre los techos de chapas.  En otros anillos los habitantes tienen aparatos que enfrían el aire,  pero para gozarlos es necesario disponer de energía, algo que no siempre sucede, y quedarse encerrado.

Cerca del sol todo quema.  Minuto a minuto se licúa la tarde ardiente de enero sobre la vida.


Isabel Garin




martes

In memorian - Juan Gelman



JUAN GELMAN (1930-2014).  Militante, guerrillero, poeta, periodista. Todas las pasó, todas las hizo, todas las vivió, todas las escribió. 




El juego en que andamos


Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.

Si me dieran a elegir, yo elegiría

esta inocencia de no ser un inocente, 
esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados. 

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte. 












Límites

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?

Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.














viernes

Esperar al cielo

Soy de los afortunados que ahora no  padecen cortes de luz, aunque los he padecido otros veranos. En mi casa todo funciona, al menos hasta ahora.  Es mucho, parece privilegio,  en la ciudad de la furia  que es Buenos Aires.  Recuerda a algunas películas  futuristas en las cuales se pinta negro el porvenir, colapsado, destruido, impiadoso.  La ciudad agobiada por la temperatura, lo está también por el abandono total  de los Sin Luz   por parte de los políticos.  Se han desentendido de actuar  de cualquier manera práctica, y  los bloques K y PRO de la Legislatura no han dado quórum para tratar la emergencia eléctrica en una sesión especial pedida por legisladores del FIT y acompañada por Verde Alameda y MST.  Pero seguramente están maquinando qué hacer con Edesur y con  Edenor que a estas alturas pesan como vacas upa o queman como papas calientes. No es difícil imaginar  las alternativas: un tarifazo en regla, con el argumento de que entonces sí les será posible invertir en infraestructura eléctrica, o estatizarlas, dando una vuelta campana luego de las privatizaciones  noventistas, y cumpliendo la regla de que el Estado privatiza empresas cuando son rentables y las estatiza cuando dejan de serlo. ¿No?

Mientras, doña Edesur y doña Edenor  son un modelo de corte de  rostro. Se lavan olímpicamente las manos operando con  la ausencia por lo cual  no hemos tenido el gusto de ver a algún responsable ofrecer algo: una disculpa, una explicación, una perspectiva, un plazo, un teléfono donde atiendan humanos, unas cuadrillas que además de número suficiente no estén tan lamentablemente tercerizadas. Y no hay ningún plan para una emergencia de este tipo.  No hay nada. Es impresionante la resolución  eléctrico-política para abandonar a los Sin Luz.

¿Y qué se podría hacer  en la  emergencia además de  bailar la desesperada danza de la lluvia que clama al cielo por agua en cada corte de calles?  Algunas ideas fueron planteadas en los proyectos que no tuvieron sesión: eliminar el gasto energético innecesario, como el de marquesinas y carteles, y la iluminación inútil de edificios, y ¡oh!, la de los shoppings, que el lunes 23 festejaron el aquelarre consumista de la Noche de los Shoppings  a toda luz hasta las cuatro de la madrugada mientras innumerables vecinos ya llevaban días sin energía; contratar técnicos electricistas  para aumentar las cuadrillas, contratar equipos electrógenos por comunas y organizar su instalación, entre otros puntos.  ¿Y qué más?

Charlo con  el encargado de mi edificio. Él dice, pensando en el agua: somos 95 mil encargados en Buenos Aires, que manejamos las bombas y los tanques de agua; podrían convocarnos a través  del sindicato para organizar asistencia entre edificios: el que puede llenar su tanque de agua porque tiene electricidad que cargue por medio de algún tubo o caño el tanque del edificio de al lado;  o que convoquen a los bomberos a llevar agua en sus carros.  O que llamen al ejército a que se ponga a trabajar.  Y  no hay  duda que habría muchas cosas que se podrían hacer  en la emergencia, pero no hay ningún plan y no hay ningún responsable interesado en hacer algo. Lo que ha surgido son incontables iniciativas solidarias, de vecinos que se prestan ayuda, como ya ha ocurrido en otras circunstancias. Y bronca en las calles,  que  milagrosamente se contiene todavía  en protestas respetuosas y no se ha desatado  con furia  contra edificios o personas.



Y lo demás es esperar al cielo. 

lunes

LA REUNIÓN DE FIN DE AÑO - Un cuento de bibliotecarios


Se va el último usuario que quedaba y Gloria, la jefa de la biblioteca,  da su asentimiento: que se cierre la puerta y que comiencen los preparativos, y en el acto un movimiento alborotado, de voces altas y arrastrar de muebles, rompe el orden de las mesas alineadas en la sala de lectura, una detrás de otra,  y lo dispone en una sola larguísima mesa,  una al lado de la otra, pegadas; y mientras el  expansivo Juani, que se ocupa de las suscripciones, queda de guardia en la puerta para abrir a los invitados, los unos cuentan lugares y ubican las sillas y las otras van trayendo a la larga  mesa las comidas;  hay de todo: piononos, ensaladas rusas y de otras nacionalidades, pollo frío, un heroico bittel toné, empanadas, fiambres, y más cosas ricas que pareciera que será la última comida, y bebidas diversas,  y fuentes, platos y vasos que cubren  la superficie casi sin dejar espacios libres;  y luego de los ires y venires llega  el momento alegre y desordenado en que todos van a tomar sus asientos: Cata quisiera sentarse enfrente de Martín, pero Martín da vueltas charlando con uno y con otro y se demora, hasta que al fin  parece que se sienta, pero como solo parece, Cata queda en suspenso; a la izquierda de Martín se sienta Gerardo, el de Sistemas, y  al lado de Gerardo se sienta Ana, por distraída casualidad, ya que ninguno de los dos se hubiera buscado como vecino, y al lado de Ana se ubica Mabel, la de Hemeroteca, y al lado de Mabel se sientan Nu y Eve, como llaman a  las mellizas que trabajan en Administración, y a cuya cercanía quisiera mudarse Gerardo justo cuando en esa silla se sienta Mario, el jefe de Administración,  que llegó  invitado por Gloria, la que se ha sentido en deuda con él por el apoyo que le dio este año a la biblioteca y por cuya asistencia debió sofocar varias opiniones en contra de invitarlo, y luego se sienta Gloria  y a su lado Carlos, el que se ocupa  de  mantenimiento, y al lado de Carlos se sienta Susi,  seria y callada,  que es su  expresión de siempre  aunque no se corresponda con la situación, y a su lado Marquitos, que vino con su guitarra para tocar después y a  la que  ha sentado  a su lado,  como si fuera persona,  hasta que a  esa silla la requiere Mary y la guitarra, desplazada, queda apoyada contra la pared,  y en la siguiente Luciana, y en la que sigue Silvina, las dos de Procesos Técnicos, y al lado de Silvina se sienta Alejandro, el de atención al público, y al lado de Alejandro un chico pelirrojo que nadie conoce ni  sabe  por quién vino invitado, y  al lado del desconocido se sienta Alejandro el Magno, como lo llaman para distinguirlo de Alejandro y por cierta vanidad imperial, que le cuesta ocultar,  debido a  la excelencia de sus búsquedas bibliográficas, y al lado del Magno se sienta Richie,  el de la fotocopiadora,  que  guarda la silla de al lado para Juani, que abandona su guardia porque ya entraron todos y queda sentado en la última ubicación libre, a la derecha de Martín, que por fin queda instalado.  Y Cata, ahora sí,  viéndolo definitivamente sentado, inserta una silla a la fuerza entre Susi y Marquitos, apretujándolos,  y  queda ubicada bien enfrente de él.
- ¡Feliz año nuevo! –  saluda  alborozado Juani, vaso en alto y quitándole la primacía a Gloria,  a  todos en general y en particular  a  Richie que está  a su lado,  y Richie saluda al Magno, y éste al chico desconocido,  y éste a Alejandro, y  Alejandro a Silvina, y a Luciana y a Mary,   y de Mary el saludo corre  y pasa  a  Marquitos, a Cata, a Susi, y de Susi a Carlos, y de Carlos a Gloria, y toca hasta al resistido Mario, y luego a Eve, a Nu, a Mabel, a Ana, a Gerardo y a Martín,   en donde  la ronda, ya cumplida, se detiene y se apaga.  Todos sonríen, menos Susi pero no porque esté enojada, y empiezan el intercambio de delicias en los platos.
La biblioteca, silenciosa, ha seguido el  bullicioso brindis desde sus estantes.  Sabe que será tejido en la trama de los días por las manos de todos los que se han saludado. Ya lo ha visto antes y lo seguirá viendo cuando dentro de un año se complete otra vez la ronda  del tiempo que aún no  ha empezado.

Isabel Garin


(Pintura: Tiempo circular - Carolina Tapia)



martes

Una Máquina de Escribir que también afina


Para los que escribieron con máquina, una mecánica y perfecta  máquina, con su perfecto nombre, y recuerdan los nombres de Olivetti y de Remington y de las portátiles Lettera y similares; y para quienes solo han conocido teclados digitales y ven a la Máquina de Escribir en los museos y en las tiendas de antigüedades...una afinada alternativa, ¡que suena muy bien!,  siguiendo el enlace



                                                              Máquina de escribir en concierto

domingo

LO QUE SE VE POR UNA VENTANILLA DE PROCESOS TECNICOS EN UN DIA CUALQUIERA Un cuento de bibliotecarios



A la oficina de Procesos Técnicos solo llegan los que saben, los  otros se perderían. O tal vez la encontrarían por casualidad, buscando otro lugar. Para llegar, hay que dejar a la derecha el mostrador de recepción y adentrarse por un pasillo mínimo,  resto de una obra de refacciones nunca terminada. El pasillito, oscuro y todavía sin revocar,  transcurre una vez a la izquierda y otra vez a la derecha, rodeando el ambiente inconcluso que alguna vez, cuando lo terminen,  será la nueva sala de computadoras de la biblioteca, y luego desemboca en un depósito que guarda colecciones de revistas del siglo XX.  El depósito tiene una puerta  con toda la apariencia de estar clausurada,  y donde el inexperto podría dar por terminada la búsqueda, si no fuera que en ese momento alguien la abre y pasa  por ella  descubriendo que la clausura es aparente. Pasando esa puerta uno se asoma al office, con sus estantes con tazas y vasos alineados y su alacena con yerba y café.  El office, con ser tan estrecho porque también quedó comprimido por la obra inconclusa,  tiene otra puerta que hay que empujar y entonces sí, se ha llegado a la oficina de Procesos Técnicos.

La oficina es interna. Una luz  de tubos, blanca y difusa, impide adivinar el curso del día: ¿estará despejado el cielo? ¿se habrá nublado? ¿se reflejará el sol en el edificio de enfrente?. Nunca se sabe en la atemporal oficina. Los  cuatro catalogadores que trabajan en ella  combaten  la  falta de luz natural haciendo crecer potus y pegando  sobre las paredes afiches de verdes selvas y de  playas caribeñas. Para acentuar la atemporalidad  sobre los estantes, sobre los escritorios, encimados sobre tablas y caballetes de emergencia ante una donación, pilas de libros esperan su turno para ser indizados y catalogados.  Cada día muchos de ellos son procesados  pero por algún efecto secreto  de multiplicación la estiba de libros nunca se reduce.  Las pilas son eternas.

Los catalogadores van llegando cada  mañana y se van  adentrando por el pasillo sin revocar hasta el depósito de revistas, el office, la oficina todavía cerrada. Cuando se enciende la luz blanca  se internan  en otra dimensión. Todavía  se cuentan cosas, proponen unas  rondas de mate, comentan acerca de la primavera  o del otoño que han quedado  afuera,  pero poco a poco la oficina se acalla hasta que el sonido de los teclados es el único que se escucha. Procesos Técnicos ya está desacoplado y  navega  con su  propio impulso.

Entre los tripulantes  viaja  Lucas, el último bibliotecario que ha ingresado y el más joven.   Quedó al cuidado de Amelia, que se sienta enfrente de él, para que ella lo entrene en la catalogación que hace la biblioteca. Amelia, que  se está  por jubilar, le tomó afecto a ese chico tímido que trabaja de una  manera callada y concentrada, y proclama que será su heredero.  Lucas es muy amable cuando habla. Cuando no habla, casi siempre,  parece tan atemporal como la oficina blanca y  las pilas eternas.  A Amelia le gustaría que su proclamado heredero retomara su perseverante, y hasta ahora inútil, reclamo porque los ubiquen en una oficina con luz natural y más espacio, pero no  le parece que él tenga ningún espíritu reclamante.

Lucas suele trabajar concentradamente hasta el mediodía. Al mediodía entra el turno de la tarde de Atención al Público y hay una agitación   que corre, casi física,  desde el  lejano mostrador de recepción por el pasillito mínimo a la izquierda y otra vez a la derecha, por la sala de revistas del siglo XX, por el office, y llega hasta aquí.  Amelia se retira  de su computadora y huele el aire: sí, señor, hay una agitación. Mira con disimulo a Lucas.  Lucas también se ha distraído de su intensa atención. Tiene un lápiz entre los dedos y lo balancea,  nervioso. Él no mira a  Amelia, sino hacia la puerta.

Hay que esperar todavía un par de minutos más.  La oficina  también  espera y queda suspendida, a la expectativa.   Al cabo del par de minutos, entra Mariana. Mariana es redonda, alegre, ruidosa, y trabaja en Atención al Público.  Es la única que cada mañana aparece  a saludarlos, los demás  saludan por el teléfono interno y a veces se burlan cordialmente  cuando los llaman astronautas, por su lejanía con la batalla diaria del mostrador. Ella abre la puerta y la luz blanca cae rendida;  se vuelve dorada con otra luz  que Mariana trae con ella y que fluye en cada saludo que da.

– ¡Hola! – grita, sonriente – ¿Cómo están todos por aquí?

La gente de Procesos Técnicos siente que ella rompe la órbita  en que transcurrían cuando trae el aire de las  salas de lectura,  de los ventanales abiertos, del cielo alto y azul. Va saludando a cada uno con un sonoro beso en la mejilla, y con comentarios sobre el  viaje en colectivo, sobre algo que quedó pendiente de ayer, sobre la noticia del día. Mariana le simpatiza a todos, pero más le simpatiza a Lucas. Amelia lo observa: cuando ella se inclina y  lo saluda,  y por un momento su largo pelo castaño se derrama sobre él,  Lucas se estremece. Le brilla la mirada, el lápiz  entre los dedos se paraliza, todo él se tensa.  Amelia se pregunta: ¿Mariana no lo advierte?

No tiene respuesta porque tan aérea como ha llegado Mariana se va.  Su paso es siempre así: un aire fresco que abriría las ventanas si la oficina las tuviera, una caricia de piel de durazno si hubiera qué acariciar. En cuanto se va,  Amelia ve que Lucas se levanta como si fuera a seguirla, parece que va a seguirla, a alcanzarla en el pasillito…pero no, Lucas se detiene en el office.  Se detiene con su carga de timidez  pesada como una piedra, y como no puede dar un paso más con esa carga a la espalda se queda ahí mismo,  y para perder tiempo se prepara un café.

A los diez minutos,   Amelia lo ve regresar   igual que ayer y antesdeayer. Hace como que no lo ve, que no ve la expresión cerrada que trae oculta tras la taza de café, y se pregunta si podría ella sugerirle algo a Mariana, intermediar de algún modo. La oficina se ha reacomodado después del viento fresco que pasó y parece ahora que no hubiera pasado ningún viento. De a poco, vuelve a silenciarse. Los catalogadores trabajan   llenando pantallas una tras otra, una tras otra, una tras otra, tan infinitas como las pilas eternas de libros.  Lucas se  vuelve hacia la pila más cercana, la que está ingresando hoy. Son arduos libros de aleación de metales y de minerales raros. Amelia oye su suspiro. Luego, mira a su propia pantalla y se concentra en su trabajo.

La oficina vuelve a flotar, ingrávida.





Isabel Garin














sábado

GENTE RARA - Dibujo en vivo






El 13  de septiembre se celebró el Día del Bibliotecario. En Buenos Aires, en el Instituto de Formación Técnica Superior Nº 13, una institución donde se dicta la carrera de bibliotecología, se organizó un festejo. El festejo incluyó la lectura de dos cuentos, uno de ellos "Gente rara", que fue dibujado  por la ilustradora  Karuchan mientras era leído. 

Aquí el enlace a las fotos del dibujo en vivo: 
https://www.facebook.com/media/set/set=a.539522616120406.1073741840.502495016489833&type=3
¡Muchas gracias a ella  y a los compañeros-colegas del IFTS!


















viernes

CORRIENTES Un cuento de lectores

          Soy pescador desde chico. Mi padre me despertaba oscuro todavía para llevarme con él al río, y me enseñaba a tirar la línea que arrancaría de la corriente a esos dorados que se agitaban unos momentos en tierra, mojados y tornasoles. Yo aprendía a esperar. Que amaneciera primero, que en el río se marcaran sus calles de agua  después, y luego que sus movimientos secretos trajeran los peces. Entonces yo soñaba con pescarlos y poder hacerles una marca. Soñaba con  marcarlos,  arrojarlos al agua de nuevo y volver a pescarlos río abajo sólo para poder reconocerlos.
Así que no hay nada tan mío como  ese llamado de pescadores que me lleva al río de libros, el que corre por la Avenida Corrientes. Lo conozco como al  otro, con sus meandros, sus crecientes y sus bajantes. Sé qué se puede pescar en cada ribera. A veces cruzo de orilla en orilla esperando que la corriente traiga de noche, tarde, ese libro que uno ha estado esperando tanto tiempo... También sé aprovechar las tardes de enero cuando las calles están calientes como infiernos  y hay poca gente que se les anima.  Entonces,  los vigilantes  flotan en un vapor de aburrimiento. A mí no me ha fallado, no me falla jamás, el instinto. Busco el libro entre centenares de libros y lo hallo.  Busco la vigilancia distraída y la percibo. Recojo la línea más rápido que lo que los ojos puedan ver, y  me llevo mi pez conmigo.
Quien no haya pescado no puede saber cómo tiembla el libro entre las manos... Se agita, y después se abandona. Lo sostengo contra el pecho, lo siento palpitar, a veces no puedo llegar hasta casa y lo abro en la primera esquina o me siento en cualquier banco. Cuántos versos, cuántas historias, cuántos párrafos claros se me saltan entre las manos, agitando la cola de un lado para  otro, brillantes, mojados todavía...Sí, yo pesco el libro y me lo llevo  a casa  porque  digo que por el agua navegan peces, camalotes,  canoeros y libros.   Y que   el río está  corriendo día y noche, sólo hay que acercarse a la ribera con  línea y anzuelo  y  tomar del agua lo que el agua lleva. 
Pero no me olvido que los libros pertenecen al río. Después que los tuve conmigo me gusta devolverlos. Me gusta tanto como pescarlos. Los tomo en una librería, los devuelvo en la otra. Les dejo uno ya leído, me llevo otro.  Mido a la guardia,  cruzo de vereda si hace falta,  cruzo los libros de estantes, dejo los más caros  en las mesas de  ofertas,  mezclo filosofía  con ciencia ficción  y misterio con psicología, dejo poesía entre los de cocina, llevo a Inodoro Pereyra con las antígonas y los  macbeths... Pero antes de devolverlos les hago una marca: les dibujo un triangulito en el margen de la página veintitrés.   Y  después, con el corazón mojado,  los lanzo al agua.
 Ayer, Corrientes arriba, vi que nadaba uno de mis libros. Con mi señal, era un pez inconfundible.  Pero estaba en otra librería, en una librería diferente a aquella en donde yo lo había dejado.  Es  que el  río corre para todos y claro que  hay muchos  pescadores...  


Isabel Garin