domingo

Bibliotecología viviente: bibliotecas de los pueblos originarios

Bibliotecología viviente: bibliotecas de los pueblos originarios de Argentina, que recopilan historias orales, tradiciones, cultura, simbología, reivindicaciones, y más.

En el blog QUÉ SABE QUIÉN se presenta EL OREJIVERDE. Vale la pena saber el porqué de este extraño nombre  y conocer otras bibliotecas y emprendimientos alrededor de las luchas y visiones de los pueblos originarios.

QUE SABE QUIEN: El Orejiverde: Comparto con ustedes una excelente novedad, punta de lanza de un proyecto que en lo sucesivo pretende ofrecer la más completa informaci...

jueves

La SAI publica un Cuento de bibliotecarios

En su último nro, del mes de  julio, el  Boletín de SAI Sociedad Argentina de Información, publica mi cuento Oscuro objeto del deseo, uno de los Cuentos de bibliotecarios. 

¡Muchas gracias, SAI!


Oscuro objeto del deseo

                                                         un cuento de bibliotecarios
Por Isabel Garin

Tomado de su blog:
Sembrando el viento.
Isabel Garin es bibliotecaria en el Hospital de Clínicas General San Martín de Buenos Aires.

domingo

Por algunos caminos de ciertas vidas

Viajo distraída en el colectivo, perdiéndome en el transcurrir de la ciudad por la ventanilla, cuando algo me hace volver: un muchacho, que aparenta unos 25 años mal llevados, está distribuyendo a cada  pasajero  una de esas notas  que les evita hablar cuando reparten estampitas a cambio de una moneda.  Pero esta nota me llama la atención porque es grande, una hoja entera de cuaderno o de bloc, rayada, y la espero con curiosidad. Cuando recibo mi copia y la leo mi curiosidad no se ve decepcionada: está pidiendo una moneda a cambio de mostrar su sueño. A modo de título lleva el verso que dice “Los caminos de la vida no son los que yo esperaba” acompañado del dibujito de unas notas musicales, y luego dos ojos muy abiertos encabezan junto al Sr. y Sra. Se presentan después como dos hermanos de la calle, Nahuel y Jesús, que no tienen familia. Dicen que quieren que su palabra valga y hacer entender su experiencia, y narran sus hambres, sus fríos y los desprecios que sufren por ser de la calle. Cuentan que muchas veces piden comida en los negocios y luego ven que la tiran a la basura.  Pero a cambio de la ayuda solicitada por escrito que aparece al final, algo para sobrevivir, dicen también “somos soñadores igual que ustedes, y estos dibujos son nuestro sueño”: un sol gigante mira hacia abajo, a la ciudad, con una gran sonrisa con dientes, más arriba, en el cielo, pasan unas nubes; el Obelisco está rodeado de globos que vuelan hacia ese cielo, y también vuelan una gran mariposa, una bandada de pajaritos, un avión y un barrilete. Bajo el sol aparece también una casa, custodiada por dos álamos.
La letra y los dibujos parecen  ser de un niño, pero la redacción no es infantil. Me vuelvo a mirar al muchacho, que ha seguido entregando copias hacia el fondo del colectivo.  Viste ropas muy gastadas pero limpias y prolijas, y tiene una expresión reconcentrada. Le voy a pedir que a cambio de la ayuda que voy a darle me deje la copia cuando vemos que el chofer se ha levantado de su asiento, camina hasta la mitad del coche y con los brazos en jarra le grita:
– ¡Juntá tus papelitos y bajate ya!
El tipo es bastante parecido a una mole, muy alto y gordo, y con una pelada perfecta y completa que lo asemeja a algún luchador de ring o a un gladiador con sobrepeso. Algunos cruzamos una mirada de desconcierto, yo miro al muchacho que tomado de sorpresa se ha quedado paralizado pero el chofer no le deja lugar a réplica. El muchacho empieza a recoger las fotocopias de su sueño, y el chofer, que ha vuelto a su asiento, lo vigila por el espejo con mala cara  mientras tiene parado el colectivo. Pregunto en voz alta porqué tiene que bajar así, pero nadie contesta; solo el muchacho me dice bajito, al pasar hacia la puerta, que él tampoco sabe porqué.

Baja,  y la puerta se cierra con violencia. El colectivo arranca. Que lo echen así no será inesperado en los caminos de su vida.

lunes

Utopías, según Eduardo Galeano

Hoy, en el día de su fallecimiento, una poética definición de la utopía (creo que la que más me gusta), que como tantas otras definiciones él menciona tomada de otro, y a modo de homenaje.





Adiós y gracias.

domingo

Cochecito de bebé

 En el barrio del Once, en Buenos Aires, circulan multitudes comprantes y chocantes, que alzan, arrastran o cargan toda clase de bolsas, bolsos, paquetes y bultos de lo que hayan comprado o vendido,  los percheros cruzan las calles con sus  vestidos o camisas colgantes, los carros cargados de rollos de telas achican las veredas y las carretillas,  con sus bultos encimados, obligan a que se les abra paso. Las carretillas son empujadas sin ninguna consideración hacia las multitudes porque si tuvieran alguna no llegarían nunca a ningún lugar ni terminarían ningún traslado. Cuando vuelven vacías de donde sea que hayan descargado, van raudas, se deslizan veloces, violentas por entre la gente, que ahora sin rollos de telas o sin paquetones que quiten espacio igualmente deben abrirlo a riesgo de que les sieguen los tobillos.

Igual circulan muchos cochecitos de bebés por las veredas atestadas de gente. ¿Me parece a mí o también los usan, como a las carretillas del Once, para abrirse paso y andar más rápido que los que no llevan bebés?  Van las mamás con la vista al frente, sin mirar a izquierda ni derecha, veloces, las manos firmes sobre el manubrio, sin consideración con los que pasan a su lado, obligándolos imperativas a cederles el paso, traqueteando el móvil sobre lo desaparejo, saltando zanjas abiertas, sorteando obras, bajando de los cordones,  sin  una vacilación en las esquinas.
Así veo a un cochecito de bebé esperando cruzar la avenida. El tránsito está atascado más que de costumbre, frenado, trabado, algo pasará cuadras arriba que a esta altura no conocemos. Cambia la luz en Pueyrredón pero los autos,  imposibilitados de avanzar, quedan pegados paragolpe contra paragolpe.  Impaciencia entre los esperantes de la esquina, bocinazos, algún insulto de ventanilla a ventanilla.  Cambia la luz de nuevo y de nuevo no va a ser posible cruzar.  El cochecito a mi lado se decide: la mamá lo baja a la calle, esquiva una moto que lo ve pasar sobresaltada,  y vista al frente embiste hacia el espacio mínimo entre dos paragolpes. Mete el cochecito por ahí y acelera: un auto retrocede unos centímetros para darle paso, y luego otro frena y el siguiente trata de retroceder y otro más de no pegarse al auto de adelante, y hasta un colectivo, mastodonte a su lado, le cede el paso. Así, parando autos, deslizándose entre paragolpes y caños de escapes, llega a la otra vereda y la mamá,  sin volverse a mirar atrás,  enfila firme y se pierde entre la gente.

Los que la seguimos con la vista nos miramos asombrados. A mí me asalta una duda: el que iba en el cochecito era un bebé de verdad, ¿no? ¿o sería un muñeco?

viernes

Esperando a los bárbaros - Constantino Cavafis

Esperando a los bárbaros
[Poema: Texto completo.]
Constantino Cavafis
-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

sábado

Vida astral en el taxi

Vuelvo a casa en una tarde calurosa, agobiante, y cargada con dos bolsos, uno muy pesado. En Retiro busco un taxi y subo al que está en la cola. Me siento y enseguida, por el saludo enfático del tachero, advierto el ambiente que habrá en el coche: entusiasta, enérgico, de conversación. Lo observo: es un hombre de más de sesenta años, peladísimo, con un cuello de toro y una cabeza muy grande, que viste una remera de Ramones.  Tal cual se percibía empieza a charlar, primero con una clase práctica de cómo manejar en Buenos Aires llegando primero a destino, pero sin perder la calma y sin matar a nadie. Me muestra cómo salir de Retiro sin enredarse en la maraña de colectivos, y  cómo seguir por las avenidas colgado detrás de un colectivo y adelantándose cuando este se acerca a  las veredas, en las paradas. Estamos en estas disquisiciones, que yo atiendo con una curiosa cortesía, cuando me pregunta, observándome por el espejo:
-¿Usted es creyente?
Sorprendida por  el brusco viraje de la conversación le contesto que no, y en el acto me lanza:
- Lo lamento por usted.
Y a continuación declara que si me molesta no me cuenta nada pero que si no tengo problema quisiera contarme acerca de las visiones de Jesús que tuvo alguien conocido de él, todo de un tirón y sin dejarme decir ni pío.  El visionario, cuyo nombre no sabe  porque en realidad el que lo sabe es un amigo, quien a su vez es allegado del hijo del protagonista, había sufrido un infarto. Internado de emergencia se lo dio por muerto al mismo tiempo que él salía de su cuerpo y veía la escena urgente de resucitación que se le practicaba,  mientras en espíritu se acercaba a una potente luz clara que emanaba una figura a la que reconoció como Jesús.  Esta fue quien le dijo que regresara, que no era todavía su hora.
- ¿Le gustó? Le cuento otra – me  ofrece antes de que yo pueda expresar ni un comentario.
Tiene también unos amigos que tienen, a su vez,  conocidos en Córdoba,  que fueron  quienes les contaron de una chica muy joven que se enfermó de cáncer con mal pronóstico, pero la chica era devota de Ceferino Namuncurá, al que pidió por su salud: en 48 horas el cáncer había remitido hasta el punto de desaparecer,  con gran desconcierto de los médicos.
-¿La convencí? – me interroga ahora.
Y sin esperar contestación jura que conoce muchos casos de milagros y  regresos de la muerte y promete que me los va a contar, y ahí nomás empieza con el resto. Yo calculo cuánto falta para llegar a casa.  Tiene una amiga enfermera que le relató el caso de un chico de unos seis o siete años internado por un accidente grave que al salir de la terapia intensiva contó a sus padres que había estado en un túnel muy largo, en donde había visto a una señora luminosa, “con gorrito”,  que lo acunó en sus brazos y lo cuidó hasta que se repuso, y un nene no podría mentir, ¿no? Sabe también, por amigos de un cuñado,  de un ahogado en la costa de Mar del Plata y de lo que vio con los ojos abiertos en el fondo del mar hasta que unas manos etéreas, una fuerza, lo hicieron subir a superficie y le salvaron la vida. Ahora el hombre se deja llevar por su propio entusiasmo, sin contemplar el mío, y enlentece la marcha para tener más tiempo de repasar su archivo. Conoce igualmente, me asegura,  a los allegados de una señora que sufrió una enfermedad terminal pero se repuso por completo después de experimentar otro desprendimiento astral y la propuesta de vivir más tiempo,  y también,  por el relato de un vecino acerca de  un familiar ya fallecido,  sabe de la experiencia de un descreído que al volver del túnel aquél se curó y cambió su vida.
- ¿Y? ¿Qué me dice? – me pregunta retóricamente,  porque no espera respuesta, y la emprende con la siguiente anécdota.
Yo le diría, si me dejara hablar, que según lo que cuenta todos vivimos con nuestros groseros y pesados cuerpos en un mundo de milagros y vidas paralelas que no vemos, pero también que no conviene que  las curas milagrosas y los paseos astrales sean tan numerosos porque entonces se abaratan, si son tan frecuentes no resultan milagrosos, parecen de góndola de supermercado. Me pregunto cómo será para Norberto, según leo su nombre en la ficha de taxista,  manejar horas en la ciudad caliente, de asfalto reblandecido, bocinazos, sirenas de ambulancias, tránsito atascado, repuestos que se rompen y  cuentas que pagar,  sabiendo que tan al alcance de la vida está llegar a las puertas de la muerte y regresar sin traspasarlas, ver cómo lo resucitan a uno mismo,  curarse de enfermedades graves en 48 horas, ahogarse y revivir. Quisiera preguntárselo pero no me da tiempo: llegamos a destino, y mientras busca cómo estacionar no se toma un respiro y me pide que me demore un momento más para terminar la anécdota de cierto amigo de la infancia al que reencontró hace poco, y de quien escuchó la historia de un tío que se perdió en medio de una tormenta de nieve, allá en Mendoza, y casi muere congelado hasta que recibió un calor inexplicable que  no  había en el entorno, y que lo ayudó a ponerse en pie, andar y sobrevivir.
El sol pega de mi  lado, sin contemplación, y yo también tengo calor.  Norberto suda, la cabeza de toro perlada de gotas, pero más por la energía puesta en su narrativa que por el solazo.  No sé porqué me lo imagino anhelante pero asustado por su propia muerte,  y esperanzado en que al llegar a sus puertas una figura celestial le diga “volvé, todavía no es tu hora”. Mientras bajo el bolso pesado le comento, aliviada porque ya lo dejo, que tiene montones de anécdotas.
- ¡Uhhh! – exclama, con gesto de “son tantas que podría estar horas contándolas”.
Le creo, y cierro la puerta con un saludo antes de que  me proponga seguir oyéndoselas.



jueves

Detención de un mantero negro

Voy caminando por Av. Santa Fe, ayer a la tarde, cuando veo patrulleros y ambulancias y un tumulto de gente frente al shopping Alto Palermo. Pienso en un accidente pero algo no coincide: el nudo  de gente no está quieto y callado, se mueve, se agita, lanza voces.  Me acerco y me entero: la policía ha detenido a un mantero,  un muchacho nigeriano que en esa vereda vende carteras y billeteras, y  para que no se lo lleven la gente ha rodeado el patrullero haciéndole un cerco que ha detenido a la policía. ¿Y las dos ambulancias?, pregunto. Me dan diversas versiones: el muchacho negro se descompuso con convulsiones, la policía le pegó, le pusieron algo en una inyección, y tuvieron que atenderlo. Trataron de llevárselo en la ambulancia, o la gente pensó que podrían hacerlo, y entonces le pincharon una rueda. La ambulancia tendrá que esperar el auxilio con el detenido adentro, y en la situación se acerca una tercera, lo que despierta ironías y bronca entre los presentes: tres ambulancias aquí en vez de estar atendiendo las emergencias.
El cerco a la policía no cede, al contrario, se agranda sumando más y más personas que se indignan al enterarse del motivo de la agitación. La gente ya es mucha, se ha derramado sobre la avenida, y la policía corta el tránsito desviándolo por Coronel Díaz y por Bulnes.  Se oyen gritos: ¡porqué no detienen a los funcionarios corruptos! y ¡porqué no detienen a  los narcotraficantes!  Claro, conversamos entre nosotros, el nigeriano no pagaría coima, por eso lo detuvieron. ¡Qué vergüenza!, se oye, no dejan trabajar a un chico negro, inmigrante, que casi no habla el castellano, y que no hace mal a nadie, en vez de estar persiguiendo a los chorros en serio. El intercambio fervoroso entre  desconocidos recuerda a las coincidencias  apasionadas  en la calle durante  los días del 19 y 20.
Un poco después la puerta de la ambulancia se abre y se ve al muchacho, lo van a sacar. La policía se cierra brazo con brazo, y el cerco sobre la policía se exaspera. Hay gritos, remolinos, se trata de impedir que lo suban al patrullero, que está a unos metros,  y los cuerpos  empujan para que la policía no llegue al coche.  Pero lo logra.  Suben al mantero, cierran las puertas, y entre patadas de furia el patrullero arranca y se va.  La acción genera un coro de insultos: ¡coimeros!, ¡cobardes!, ¡hijos de puta!  
La policía se ha llevado al protegido  pero el tumulto no cesa y ahora se estrecha sobre los agentes que quedaron custodiando la ambulancia que cambia la rueda. Hay que verles la cara de miedo. Los indignados insultos se repiten largo rato.  Se ve el corte de la avenida  como un triunfo y la acción como justa, aunque se haya perdido. Se forman corrillos que comentan e intercambian fotos y videos. Varios vecinos del Alto Palermo se asombran: ¿de verdad esto ha pasado aquí, en este lugar indiferente, inhumano?, dicen,  uno aquí y otro allá, y se reconocen gratamente sorprendidos. Los que no somos vecinos también nos sorprendemos. Una chica que trabaja en Migraciones ha obtenido el nombre del detenido, así que verá qué puede hacer, por empezar avisar a la embajada. Otra cuenta que  en la seccional le informaron el procedimiento: pedirán antecedentes al país de origen del muchacho. Nueva indignación: ¡pedir antecedentes por alguien que vendía carteras en la calle!

La gente ha comenzado a menguar, y ahora llovizna. Los últimos veinte o treinta siguen en medio de la Santa Fe cortada, todavía disfrutando de haberse convertido en dueños de la calle. Yo me he encontrado entre  los gritos y los empujones con una vieja conocida, de tiempos de estudiantes. Qué linda manera de reencontrarnos, pienso.

Intercambiamos los datos de contacto, y le digo que contaré esto. Acá cumplo.

sábado

El valor de cada día

Mónica Barroso, bibliotecaria en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Argentina, fue diagnosticada con ELA, esclerosis lateral amiotrófica. Lejos de apartarse o decaerse, le da batalla cada día a su enfermedad y sigue estudiando y trabajando, bibliotecaria siempre.