sábado

La parada de Braian

Braian  para en el  cajero de un banco en la zona de Rivadavia y Av. La Plata.  Es casi mediodía y está acostado a la entrada del cajero, bien despierto, dispuesto a saludar y a charlar si se presta la ocasión, atento a quienes entran y salen de la habitación de las máquinas mágicas llenas de plata. Se tapa con un acolchado de color celeste, viejo y sucio, y cuando me detengo frente a él se lo sube más todavía, con un cuidado pudoroso.  

Ahí para. Así llaman los despojados de todo a asentarse en un lugar,  una ubicación exclusiva en la ciudad enorme, un remedo de casa y de propiedad, un lugar para indicar adónde se lo puede encontrar.  ¿A quién o a quiénes les importaría saber de él, me pregunto, buscarlo y encontrarlo en este cajero? Braian parece de unos veinticinco años, tiene el pelo corto y una expresión entusiasta, y le faltan los dientes de adelante.

Me quedo charlando con él.  A mi  pregunta responde que está en la calle desde marzo, que vivió un año y medio en un hogar del Gobierno de la Ciudad pero que lo echaron porque estaban bardeando  con no consumir, dice, cada vez bardeaban más con eso, que el faso se deja pasar pero que la cocaína no. ¿Y qué pasó?  Me perdonaron una, dos, tres veces, pero murió mi viejo, me puse mal, le di a la coca, fui preso, y ahí me echaron.

Eso me cuenta Braian.

Y ahora cómo lo llevás, le vuelvo a preguntar porque él me habilita, habla sin tapujos, es simpático y conversador.  Me estoy aguantando, hace dos meses que no consumo nada, dice, anoche vinieron unos pibes amigos y me ofrecieron, pero no quise…y chifla, ffffuuu, difícil, eh…

Hace un alto, parece reconsiderar lo que está contando. Pero yo ya me voy a ir de la calle, el gobierno me va a dar un subsidio y voy a poder alquilar, asegura, y cuando lo dice la voz le cambia, la creencia en ese subsidio se la vuelve cálida, esperanzada, y lo precisa: de 6800 pesos. Yo, que no he escuchado nada de otorgamiento de subsidios para gente de la calle, me callo la boca muy desconfiada de que ese buen suceso, suceda.  Braian fue a preguntar ayer al banco donde supuestamente se tramitaría pero no había nada todavía.  Y sigue: en cuanto alquile, busco trabajo.
Ah, lo acompaño yo en su alentadora perspectiva, ¿y qué sabés hacer?, y él enumera: fui bachero,  sé cortar fiambres, lavé autos, atendí el kiosko de mi abuela mucho tiempo.  ¿Y porqué no se quedó atendiéndolo? Porque su abuela es muy interesada, lo único que le importa es la plata, y a él eso no le va.

Así me aclaró Braian.

El cajero está muy concurrido a esta hora,  todo el tiempo entra y sale gente que pasa a nuestro lado. Sin decirle nada, una mujer le da a Braian diez pesos y él los acepta con toda cortesía. Pasa un cochecito de bebé, aparatoso como una nave espacial, y me corro para hacerle lugar. Un hombre que va a entrar después  del  cochecito observa con recelo la demorada conversación que estamos teniendo y me interpela con cierto fastidio: ¿pasa, señora?, como si tuviera que finalizarla y apurarme para entrar a la sala de las máquinas mágicas, pase usted, si quiere, le contesto.  

¿Y molesta la policía?, sigo con Braian, y entonces advierto la inusual manera de charlar que estamos teniendo: yo de pie, él acostado, arrebujado en su acolchado viejo, al borde de la ruidosa avenida, los dos manteniendo una larga conversación de lo más natural y fluida como si estuviéramos sentados a la mesa de  un bar.  A veces, dice, sobre todo los de la policía de la Ciudad, esos son unos pibes muy agrandados que te quieren llevar por delante. Y encima son más chicos que vos, calculo, tienen mi misma edad, corrige, tienen dieciocho años y se las quieren saber todas, desprecia, enojado.

Yo quisiera saber si todavía podría irse a la casa de algún familiar, o volver a la que antes habrá sido su casa,  la casa de dónde se haya ido al principio de todo, al principio de las adicciones, cuando todavía atendía el kiosko de la abuela o manejaba la cortadora de fiambre en un super de barrio, antes de que lo internaran en el hogar de donde fue expulsado.  Sí, me confirma, yo tengo la casa de mi madre, pero no quiero vivir ahí. Hace un silencio y agrega: me pegaba mucho de chico, me pegaba con todo lo que tuviera a mano. Ahora paso a saludarla de vez en cuando, y a ver a mis hermanas chicas, pero no me quiero quedar. Porque si ahora viera a mi vieja pegándole a mis hermanitas como a mí, sería capaz de cualquier cosa.

Así me explica Braian.







viernes

Elegía para un vecino bueno

Ramón ha muerto.  De improviso  la enfermedad, la leucemia, entró a su vida. Entró como una maleducada, empujando la puerta de la vida de Ramón sin pedir permiso, sin preguntar, y se aposentó en ella, se estableció, y en muy poco tiempo y sin importarle nada la saqueó, la vació, la borró.

Antes de que la enfermedad arrasara así con su vida Ramón había sido mi vecino muchos años. Todos los que fuimos sus vecinos sabemos de él, del hombre de pequeña contextura, morocho y de enorme sonrisa, alegre, resuelto para dar las incontables batallas de la vida cotidiana: la poca plata, las idas y vueltas de la vida en familia, los trabajos tan variados desde haber sido embarcado en los areneros del Paraná hasta limpiar vidrieras de negocios por Santa Fe  o musicalizar  las peñas adonde bailan las colectividades paraguayas viernes, sábado y  domingo.  Anduvo con su bicicleta por las avenidas de la ciudad todo lo que pudo, llevando su balde, su detergente  y su limpiavidrios, pedaleando entre los colectivos y los taxis hasta que hará unos tres o cuatro años uno lo chocó. Se repuso de ese impacto pero al poco tiempo tuvo un acv.  También se repuso de él, con paciencia, con kinesiología y con el abandono sufriente pero convencido del vino.  Volvió a las peñas y a la música, que era lo que más le gustaba, pero visto en retrospectiva pareciera que la muerte ya le andaba con ganas.

No le gustaba pelearse con nadie.  A él le gustaba acompañar, ayudar, saber del otro, preguntarle o escucharle o adivinarle si tenía un problema o una necesidad, y entonces ahí estaba. Y para acompañar y ayudar es necesario que el otro no sea un enemigo.  Una vez me contó del lejano y grave accidente de auto en su juventud del cual fue sobreviviente entre cinco amigos, que le había dejado marcas en el cuerpo y muchas pesadillas muchos años; otra vez, hablando de la época de la dictadura, me dijo de sus amigos del PC allá en su Concepción del Uruguay natal, que debieron huir y esconderse y de algunos que nunca volvieron de la noche negra de las desapariciones.

Pero a mí, que fui vecina suya mucho tiempo, lo que más me gustaba era  su matrimonio con Elena. Los dos se habían conocido de grandes en una de aquellas peñas que él musicalizaba, de vuelta de sus primeras o segundas rondas matrimoniales. Tenían hijos y nietos cada uno por su lado y a todos los compartían y querían y sufrían entre los dos.  Ramón cuidaba de Elena, enferma crónica y tan resuelta a ser feliz como él, la saludaba cada mañana cuando montaba en su bicicleta de trabajador limpiavidrios despidiéndose  con palabras de amor hasta pasado el mediodía, cuando volviera a comer. Entonces ella lo esperaba para almorzar juntos, la mesa tendida, la comida caliente y la risa en común.  Cuando era la mañana del cumpleaños de Elena yo oía que Ramón empuñaba la guitarra que lo había acompañado en los varios grupos de folklore que integró y le cantaba el feliz cumpleaños a viva voz, con una profunda sonoridad de tenor que no era posible imaginar en su cuerpo pequeño, y la risa de los dos quedaba repiqueteando largo rato después de los rasguidos del “que los cumplas feliz…”.

Me ha contado Elena que lo internaron inconsciente y que no recuperó la conciencia y se fue sin saber que se iba. Ella le habló al oído estando en la terapia intensiva, suave,  con la voz que él amaba, y Elena jura que inconsciente y todo él la escuchó e intentó responderle, decirle algo, que movió los labios para  hacerle saber que la oía. Elena dice que ahora duerme mal en la cama demasiado grande y solitaria, que se despierta con frío, que se quiere ir de donde vive  aunque no sepa adónde ni a hacer qué.


Ramón, buen vecino mío, adonde estés te deseo que haya una guitarra y un vino sin interdicciones, y peñas sin fin adonde vuelvas a encontrarte con Elena por primera vez,  y una bicicleta para salir a pasear con ella no por las avenidas atestadas de la ciudad sino por  la costa del mar que a los dos tanto les gustaba.


sábado

Los lomos de los libros, campo de batalla y obra de arte

Los editores se dividen en dos bandos irreconciliables: los que creen que el rótulo
en los lomos de los libros deben poder leerse de abajo hacia arriba y los que opinan lo contrario. Pero además hay quienes convierten ese espacio en obras de arte y hasta quienes los transforman en poesía.

Por Cristian Vázquez - Letras libres


1
Alguien se para ante un estante con libros y, para poder leer con claridad el nombre del autor y el título en el lomo del primer volumen, inclina un poco la cabeza hacia un lado. Luego la vista pasa al siguiente libro, y luego al siguiente y al siguiente. En algún momento, en el segundo libro, o en el quinto o en el décimo, inevitablemente, tendrá que mover la cabeza, inclinarla en el ángulo contrario. Y después volver a la inclinación primera. Y, más tarde, volver a cambiar. Así, la persona que quiere conocer el contenido de una biblioteca se descubre a sí misma moviendo la cabeza como los perros cuando quieren escuchar mejor.
Entonces uno se pregunta: ¿cómo es posible que los editores no hayan acordado hasta ahora un sentido en el cual escribir los lomos de todos los libros? La respuesta la da Mario Muchnik, mítico editor argentino radicado desde hace décadas en Madrid, en su libro Oficio editor, de 2011:
“Dos escuelas rivalizan en cuanto a este elemento esencial del libro [el lomo]. Por un lado están quienes sostienen a muerte la idea de que el rótulo del lomo de los libros ha de ser puesto de manera que se lea de abajo hacia arriba. Por el otro, quienes sostienen a muerte lo contrario: de arriba hacia abajo. Conozco amistades que se han roto a causa de este diferendo insubsanable”.

2
La tradición de escribir en los lomos de manera tal que se lean de abajo hacia arriba corresponde a lo que se llama la escuela francesa o latina. El fundamento es el siguiente: los distintos tomos de una obra o colección deben colocarse en el estante de forma correlativa y de izquierda a derecha, que es el modo en que leemos. Solo con lomos que se leen de abajo arriba sus textos quedarán en orden uno debajo del otro, como si fueran los renglones de una página.
La corriente opuesta es la anglosajona. Señala que si los libros se apoyan en cualquier superficie con la portada hacia arriba, los lomos a la francesa quedan al revés. Para que eso no suceda, deben poder leerse de abajo hacia arriba —aducen estos editores—, para que se lean bien cuando más cerca de los lectores se encuentran: apoyados sobre una mesa a la espera de que se retome la lectura, expuestos en los escaparates de las librerías, cuando se trabaja con ellos durante semanas…
“Que cada editor haga como quiera —pide Muchnik—, pero que sea coherente y no vaya cambiando de un libro a otro”.

3
El diseñador inglés Joseba Attard, que lleva varios años trabajando en España, ratifica que los editores de la mayoría de los países europeos adscriben a “la escuela francesa”, mientras que los de Gran Bretaña y Estados Unidos toman partido por la contraria.  Dice haber hecho un pequeño experimento: analizar su postura al tener que inclinarse para leer lomos de ambos tipos. Concluyó que tuvo que inclinarse menos para leer los lomos anglosajones, por lo cual siente que esta es la posición “más natural”.
Sin embargo, a otros blogueros les parece “más natural” inclinar la cabeza hacia la izquierda, que es lo que hay que hacer para leer los lomos latinos. Yo comparto esta misma sensación. Y seguramente no hay nada de “natural” en ello, sino puros usos y costumbres.
Por curiosidad, decidí echar un vistazo para ver qué opción predomina en mi biblioteca. Tomé como muestra uno de los cuatro muebles que la componen. Tras excluir la minoría de volúmenes gordos en los que el título y el nombre del autor aparecen en posición horizontal, el resultado es muy parejo: los de lomo latino constituyen el 53% del total y los anglosajones el 47% restante. Eso sí: tengo unos veinte libros en inglés y todos respetan esta última tradición, la que obliga a inclinar la cabeza hacia la derecha para leer sus lomos de arriba abajo.

4
Además de ser un campo de batalla para los editores, los lomos de los libros, con un poco de creatividad, se pueden convertir en auténticas obras de arte. De eso se encarga, por ejemplo, la empresa Juniper Books, que diseña sobrecubiertas de manera tal que el lomo de cada volumen es pieza de un rompecabezas que adorna toda la biblioteca. Así, la colección de los libros de Jack Londonconforma con sus lomos un cuadro con el rostro de Jack London acompañado de muchos de sus personajes.

librosjacklondon


Y también se puede jugar con los lomos de los libros como lo viene haciendo Nina Katchadourian desde 1993, con su proyecto Sorted Books: construye poemas con los títulos en los lomos de los libros, algo así como una vuelta de tuerca a la clásica consigna del cadáver exquisito. “Lomopoesía” lo llamó en su blog la española Elena Rius. Hice un intento con libros de mi biblioteca y me salió esto:

lomopoesia

A ver quién se anima a construir también su propio lomopoema. Por supuesto, les pasará como a mí, que tuve que colocar algunos libros boca arriba, pues seguían la tradición anglosajona, y otros boca abajo, dado que respetaban la costumbre latina. En este caso, fueron mayoría los primeros: siete de los diez que usé —editados por Seix Barral, Debolsillo, Alpha Decay, Muerde Muertos, Sudamericana, Alfaguara y Emecé— formaron parte de ese grupo. Solo tres —Plaza & Janés, Almagesto y otra vez Alfaguara (“que sea coherente y no vaya cambiando de un libro a otro”)— lo hicieron a la francesa.
Hay una posibilidad más: hacer como Alberto Laiseca y forrar todos los libros con papel blanco. Además de dificultar los robos, como quería el autor de Beber en rojo, la técnica quizás evite dolores de cuello.

Boxeo antipatriarcal

Subirse al ring de un club de boxeo antipatriarcal

Una cronista visitó este lugar donde la consigna es darle pelea (literalmente) a la categoría de macho
PARA LA NACION
SÁBADO 25 DE MARZO DE 2017
105Foto: Mariana Pardo
En un barrio ensiestado, de quioscos y almacenes cerrados, un par de decenas de personas comienza a dar fe de aquello que asegura que las cosas más interesantes ocurren en los barrios comunes, sin anuncios en Facebook ni hashtags en Twitter. Son las 6 de la tarde, el sol brilla y el galpón, como las cuadras a su alrededor, aparenta estar en plena calma. Nada parece estar pasando detrás del portón de chapa negra. Pero no es cierto. A pocas cuadras de un territorio indiscutiblemente masculino de Capital Federal, repleto de talleres y fábricas, una organización llamada Skinheads Antifascistas convocó a una mélange insólita que puede resumirse en dos palabras: boxeo antipatriarcal. Desde un Fight Club propio cuestionan los valores, la estética y la actitud sobre los cuales se construyen los machos héroes del boxeo. Y respaldan su visión con marcos teóricos audaces y rupturistas. No se trata sólo de hombre o mujer, violencia o paz. Cuando el anarqueersmo se sube al ring, casi no hay idea que no reciba una buena paliza.
En la entrada de este particular Club de la Pelea, un cartel da la bienvenida a inmigrantes y refugiados. "Ninguna persona es ilegal", asegura. Las reglas de convivencia quedan establecidas a pocos pasos de aquel portón negro: acá no se permite el machismo, la misoginia, la transmisoginia ni la homofobia. Tampoco se admite la crueldad animal. En el buffet los productos son veganos y la promo que nutre a los peleadores es de hamburguesas de lentejas o garbanzos y jugos. Como un enorme garaje, el club es de cemento rústico pintado, está sudado y no tiene ventanas. Su planta baja se divide en dos. En el segundo cuerpo hay un escenario y un ring. Ahí apenas se ve el revoque. Las paredes están cubiertas por arte queer: ilustraciones inspiradas en Disney, firmadas por un tal Ninja Rojo, mezclan un trazo fantasioso con frases y evocaciones a la cultura "popno" (pop y porno). Pronto, en este suelo habrá sudor y purpurina en las mismas proporciones.
Como en cualquier club de boxeo hay peleadores grandes, fuertes, toscos, con imágenes de la Virgen y el Gauchito Gil tatuadas en sus torsos, y orgullo por los modales simples y rudos. Pero a diferencia de cualquier otro club, acá esos hombres comparten espacio e incluso entrenan a militantes veganos, a feministas con pelos de colores, a chicas trans y drags que con el mismo orgullo se abren paso entre tipos que bien podrían no tener espejos en sus casas. Sobre el ring no sólo se intercambian secretos estratégicos, también expanden cosmovisiones. En este mejunje de cerámicas y pestañas postizas, que forma una de las nuevas células más modernas que existen en esta ciudad, aquello de "la imaginación al poder" se vuelve real. ¿Es un búnker político? ¿Apolítico? ¿Estético? ¿Un juego? ¿Un gimnasio o un centro cultural? Las nuevas configuraciones culturales ya no podrán ser encasilladas en las viejas categorías. Su apariencia mucho menos. En este espacio no se reniega de lo bello ni de lo feo, de lo académico ni de lo visceral. El cocoliche que se crea da como resultado una atmósfera explosiva de la que surgen fusiones inesperadas.






Antes de las piñas,antesde que las drags tomen el ring para boxear "Dirty" de Christina Aguilera, antes de que una de ellas se convierta en la presentadora que anuncia los rounds, en el salón previo al del ring se entrenan ideas. Como una suerte de feria punk, en mesas de madera se exhiben cientos de fanzines que evocan la estética y la filosofía "Do it yourself". Este "Do it yourself", sin embargo, no es el mismo que aquel que todos conocemos. Va más allá de gestionar fiestas, más allá de grabar la música propia y de pegar tachas en un jeans. Va más allá de los fanzines hechos con fotocopias y abrochadoras. "Hacelo vos mismo" en la era del tutorial web ya no alcanza. La consigna hoy es más desafiante: "Hacete vos mismo". Lo que hoy representa el tipo de rebeldía capaz de asustar a cualquier padre no tiene nada que ver con alfileres de ganchos ni crestas. Hoy el "Do it yourself" se propone arremeter de frente no sólo contra las categorías de clase social y la moral heredadas, sino también contra algo contra lo que las generaciones anteriores nunca se animaron: el género.
No importa qué tan alternativo sea el contexto, es en esta voluntad de cuestionar al macho desde las entrañas de un club de pelea en donde se encuentra la verdadera alternatividad y novedad de la movida. Pero no es sólo al macho al que se lo cuestiona, es a la distinción entre sexos, a los formatos de relaciones establecidas y a la obligación de definirnos a través de lo que hacemos con lo que tenemos entre las piernas. "Hombre es una mala palabra, por qué definir es crear una prisión", "Sobre intersexualidad: textos sobre silencio, ocultación y amputación de cuerpos intersexuales", "Hacia un transfeminismo insurreccional" son sólo algunos de los títulos que se pueden comprar a precio a voluntad. La mayoría de los textos provienen de una "distribuidora insurreccionalista" llamada peligrosidad social que se encarga de la difusión de artículos agrupados por temas: liberación animal, salud, okupación, drogas, revisiones históricas y, en especial, lucha queer y feminista. Los discursos salen de claustros universitarios y organizaciones militantes, y son definidos como "Foucault para encapuchados". Los interesados en difundir las ideas que ellos agrupan pueden compartirlas en redes sociales claro, pero también pueden descargarlos y venderlos con una única condición: que lo recaudado se destine a proyectos afines.
En la "pista" suena Bob Marley, suena The Clash y Ru Paul. La música sólo se interrumpe cuando los profesores suben a pelearse. Mondula Méndez, 1.95, en tacos, se contorsiona con un cartel que indica el número de round. Sus brazos son casi más gruesos que los de los peleadores porque también entrena. Junto a ella, drags llamadas Ana Abierta, Dixit Letit y Sónica Valentín arman un juego: "Maltrato al macho".
Cuando la pelea sobre el ring finaliza y Lady Gaga explota en los parlantes, ellas buscan hombres heterosexuales para encapuchar y atarlos con correa. Los pasean por la pista entre aplausos y ovaciones. Son muchos los que se ofrecen para ser "maltratados". Todos terminan en un trencito que finaliza cuando Dixit y Sónica toman el ring para pelearse coreográficamente. Se arrastran, se arrodillan, gatean.
Para cuando terminan, el galpón es una fiesta. El barrio nunca se enteró.

viernes

Cuentos de bibliotecarios e imagen social








En el boletín electrónico  de ABGRA Nº 4, último del año 2016, fue publicado el artículo que escribimos con María Claudia Antognoli sobre la presentación que hicimos en octubre pasado de los Cuentos de bibliotecarios en la Feria del Libro de Mar del Plata.
Cuentos y algo más: ¿cómo nos ven a los bibliotecarios? ¿qué imagen tenemos? ¿quiénes producen la imagen social de la profesión? Estas y otras preguntas y tentativas de respuestas en el artículo. Y los cuentos al final. 






miércoles

Mi cuento "Babelita" publicado



Mi cuento "Babelita" ha sido publicado en plaquettes por #lamariposaylaiguana, junto con otros de Leticia Hernando y de Soledad Gómez Novaro.
"Babelita" está escrito alrededor, sobre o detrás de la celebérrima Biblioteca de Babel, de Borges. Si los filósofos, los matemáticos y los historiadores han escrito sobre la Babel, ¿por qué no lo haría yo, con mis ojos de bibliotecaria?
Ya avisaremos cuándo y dónde hallarla/s.                                                                 
























martes

Observación en estado de calor

En el día de calor insoportable estoy parada en la esquina esperando el cambio de luz  y he visto distraídamente a la mujer que enfrente también espera.  Algo nebuloso me ha llamado la atención antes, tal vez que camina muy enérgica para la pesada jornada o que lleva puesta una camisa demasiado gruesa para el día bochornoso, o que ella también me ha observado…Cuando la luz cambia la mujer se apura a cruzar, se para enfrente de mí  y me pregunta sin más:
̶  ¿Cómo hace usted para no sudar?
¿Eh?  ¿Me preguntó que cómo hago para no sudar, no?  Sí, eso me preguntó. De la sorpresa me demoro en contestar,  estoy pensando cómo ha visto desde la vereda de enfrente que no estoy sudando  y por seguir la insólita encuesta  estoy por contestarle que recién he caminado una cuadra, que con un par de cuadras más me caerán las generales, pero ante mi silencio ella deduce:
̶  Porque es flaca, pero los que no somos flacos sudamos mal.
Pero la mujer no es gorda, para nada, observo, y no entiendo el plural que ha usado. Yo hablo ahora y para democratizar le digo que “los flacos” también sudamos.  Pero ella se retira sin más,  sigue su camino  enérgica y enojada contra la discriminación que haría el calor, y me deja mirándola desde la esquina donde la luz volvió a cambiar. 

viernes

El arbolito - Un cuento de Navidad

Cuando ella llega de vuelta a su casa hay un arbolito de Navidad verde y colorido en el hall del edificio, con una estrella dorada y brillante en la punta. Ya está armado, adornado con globos de colores, titilante de lucecitas, convocante de los recuerdos de infancia,  y ella se deja convocar. Simple y sencillamente el arbolito le despierta alegría o una alegre expectativa que no sabe ni se pregunta si tiene pies y está parada sobre la tierra. Nada más se deja alegrar por el arbolito. Y agradece a quienes lo hayan armado y lo hayan dejado de regalo para todos los vecinos en la entrada.
La tarde siguiente, cuando regresa, hay un pequeño tumulto en el hall. Cuatro o cinco vecinos discuten airados y ofendidos alrededor de un vacío: el arbolito no está. En su lugar han escrito un cartel que dice: “Si usted no ve al arbolito aquí es porque uno de sus vecinos se lo robó”.
¡Ah! ¡Ahhh! Ella se paraliza. ¿También se roban los arbolitos de Navidad? ¡También se roban los arbolitos de Navidad! Alguien se lo robó, alguien del edificio, y es un robo más de los tantos que se producen sobre la vida de todos los días. Pero éste más sobre las expectativas y los intangibles, más sobre las memorias y los deseos, porque ¿quién ganará nada con unas ramas verdes de plástico y unas  bolas etéreas que se quiebran de un respiro? Eso intercambian José, el del  4º B, y Analía, la del 5º, y los demás: ¡Robarse un arbolito! Es lo último, se enojan, un arbolito de navidad no es necesario, si no tenés, no tenés y listo, nadie se ha muerto porque no tenga un arbolito, y además tengamos cuidado que entre nosotros hay un chorro. Lucas, el chico del 6º, alto y flaco y con la cabeza llena de rulos, escucha sin intervenir pero mira con sorna, le parece a ella. ¿Mira con sorna? Sí, confirma con cierta bronca, parece que se estuviera divirtiendo, y no le extraña: Lucas tiene fama de antisocial,  peleador, revoltoso. Uf.
Ella se retira después, un poco abatida.  Todo lo podría entender, todo lo que fuera concreto, comestible, de abrigo, de techo, de hambre, de frío, pero robar un arbolito de Navidad le cuesta, le cuesta aceptarlo y se encrespa de enojo, de irritación, de rechazo al afano barato y absurdo, y al sentido: ¿cuál vecino lo afanó por nada, por gracia, por contar la anécdota, o tal vez lo regaló sin ningún costo personal?

Lo masculla varios días hasta el mismo  24, cuando sale con apuro a comprar más mayonesa para terminar los piononos y las ensaladas rusas. Ya ha anochecido. Va a cruzar Garay debajo de Autopista cuando ve a la ranchada que sobrevive ahí, en la noche caliente de la ciudad.  Antes solía tener prevención de pasar por esa vereda pero la ranchada es más bien indiferente a su  paso, solo de tanto en tanto le han pedido alguna moneda, pero  nunca la molestaron. Está  caminando cuando algo le llama la atención: hay un reflejo dorado  que parece flotar sobre las cabezas en medio de los cuatro o cinco hombres oscuros que charlan sentados y se pasan una botella de uno a otro, alrededor de una parrilla mínima, una parrillita  precaria sobre la que algo tirarán porque ellos también van a celebrar.
El reflejo dorado se ilumina en su memoria. Aminora el paso  y al fin se detiene frente al grupo. Se detiene porque el reflejo dorado es… ¿es el de la estrella de la punta del arbolito? ¡Sí, es esa estrella! ¡Y es el arbolito robado! Aquí está, algo torcido pero igual de brillante por los globos de colores, entre los cambalaches de la ranchada, un carro de supermercado, una torre de colchones doblados, cajas de cartón, ropa tendida. Los hombres se han callado, sorprendidos y a la espera  de que esa mujer, detenida ahí, haga o diga algo.  Ella todavía no reacciona cuando detrás del carro de supermercado ve asomar una cabeza con rulos y descubre a Lucas. Lucas también la descubre y la mira sin ocultarse, con una semisonrisa de  desafío.  El instante se carga,  hace mucho que el momento está inmóvil y ya se ha hecho muy pesado, con todos detenidos como en una fotografía. Al fin ella se recobra cuando advierte que está parada ahí, sin decir nada.  
¡Feliz Navidad! — dice entonces.  
Feliz Navidad, señora — le contestan, y el tiempo y la botella entre ellos vuelven a correr.


domingo

Libros en papel para lectores digitales

http://www.lanacion.com.ar/1965125-adiccion-a-las-letras-libros-en-papel-para-lectores-digitales


Adicción a las letras. Libros en papel para lectores digitales

De la selección de autores y temas al marketing de un libro, toda la industria editorial se adapta para llegar a destinatarios que leen de manera fragmentaria, transmedia y veloz
SEGUIR
LA NACION
DOMINGO 11 DE DICIEMBRE DE 2016
Ilustración: Javier Joaquín
Ilustración: Javier Joaquín.
2
Tal vez a simple vista pueda parecernos que, desde su invención, el libro no ha sufrido cambios radicales, como tampoco nuestra manera de leerlo. Sin embargo, el acto de leer es una práctica que está cada vez más atravesada por la era digital. Una era cuyos códigos y lógicas hace tiempo han trascendido el mundo virtual para transformar el espacio que nos rodea. La onda expansiva de esta revolución alcanza también la industria editorial.
La chica del tren, el título que es best seller aquí y lo ha sido antes en Estados Unidos, Inglaterra y otras partes del mundo, no hace otra cosa que confirmar ese diagnóstico. A la hora de explicar las razones de su éxito de ventas, no son pocas las voces que consideran que la novela escrita por Paula Hawkins ha encajado perfectamente en los intereses del público femenino de 25 a 35 años, que creció leyendo sagas adictivas como Harry Potter, que gusta de invertir en la compra de libros más que el público masculino y que busca historias atrapantes que logren abstraerlo de la vorágine cotidiana. Para este segmento tan bien delimitado por la industria existe una propuesta a medida: la grip lit, integrada por títulos que buscan replicar el boom reformulando los mismos condimentos que tiene La chica del tren.
El fenómeno no es nuevo: antes de la grip lit estuvo de moda la chick lit(literatura romántica o erótica, con exponentes como El diario de Bridget Joneso la saga de las Cincuenta sombras de Grey). Ambos subgéneros de la literatura de ficción conviven con la boomer lit (compuesta por títulos que buscan atraer el interés de los baby boomers), el domestic noir (novelas de suspenso y misterio sin detectives ni policías), los show writers (historias escritas por personalidades que no vienen del mundo de la literatura) y la literatura Young adult (novelas y sagas orientadas al público juvenil, que exploran las problemáticas típicas de los jóvenes y en muchos casos tienen un fuerte contenido fantástico), por nombrar algunos de los ejemplos. Todos casos recientes de una lógica exitosa que viene del mundo del marketing y consiste en detectar a grupos específicos de consumo (en buena medida, buscando pistas en la Web) y brindarles una oferta a medida.

Lectores de la aldea global

El desafío de detectar al lector de la aldea global es crucial para la supervivencia de una industria que hoy compite con un sinfín de estímulos en materia de consumo cultural y entretenimiento. Y aunque la atención se centre en quien lea libros físicos, todos los caminos por los que transita conducen a Internet. Es por eso que todo el proceso que va desde la selección de un autor hasta la exhibición de un libro está alcanzado, en mayor o menor medida, por la era digital.
"El mayor cambio se ha dado en la forma de recibir, evaluar y seleccionar obras originales. Ya que además de la forma tradicional de recepción de obras, por correo, concursos o a través de agentes literarios, ahora se suman las plataformas digitales de escritura como Wattpad o provenientes de redes sociales como Instagram y YouTube. Debemos estar atentos a todo lo que sucede en el universo digital", reconoce María José Ferrari, editora del Departamento Infantil y Juvenil de la editorial Planeta, quien reconoce que la suya es un área que ha experimentado grandes cambios con la irrupción de la era digital.
"En cuanto al planeamiento editorial, tratamos de cubrir la diversidad de géneros sobre los que los jóvenes demuestran estar interesados, con la inclusión de autores extranjeros y autores locales. Y cuando se trata de sagas exitosas a nivel internacional, buscamos salir en simultáneo en todas las filiales del Grupo Planeta, para atender a la inmediatez de consumo a la que están acostumbrados los jóvenes hoy en día. Internet ha impuesto nuevos hábitos de consumo en los que los usuarios consumen lo que tienen a su disposición, al alcance de un clic; de lo contrario, dirigen su atención hacia otro contenido. Este comportamiento se traslada al mundo físico: si no encuentran en una librería o tienda lo que quieren consumir, eligen otra cosa", explica Ferrari.

Salteados versus remodernistas

Internet también ha impuesto nuevos hábitos de lectura. Leer en la actualidad implica no pocas veces una batalla por mantener la concentración, por no sucumbir ante otros estímulos que buscan atraer nuestra atención. Comparado con el lector medio del pasado, el lector de hoy tiene mucho menos en común de lo que podríamos suponer, aunque para comparar nos remontemos pocas décadas atrás. Por eso, a la hora de buscar a ese lector de la aldea global es necesario contar con una brújula: hay que entender qué lee y cómo lee.
Ilustración: Javier Joaquín
Ilustración: Javier Joaquín.
"Macedonio Fernández hablaba del 'lector salteado'. La era digital es la invasión de los lectores salteados. Son lectores arrojados a su propia deriva. O como diría Espen Aarseth, lectores que no leen el texto sino que transitan por él, lectores que están en todas partes y en ninguna. Así, el lector de la era digital deviene un lector de fragmentos acelerados", analiza Juan José Mendoza, investigador del Conicet y director del proyecto "Maneras de leer en la era digital", en la Agencia Nacional de Promoción Científica.
Mendoza, autor de El canon digital. La escuela y los libros en la cibercultura y Escrituras past: tradiciones y futurismos del siglo 21, entre otros títulos, califica al lector contemporáneo como un DJ de citas. "Es alguien que samplea fragmentos de libros o de páginas web indistintamente y de una manera omnívora, desjerarquizando tradiciones y haciendo mezclas indiscriminadas de cualquier tipo. Las pantallas -las librerías- son como cocteleras. Los sitios web de venta de libros, las librerías, son como barras de tragos. Elzapping es también la tradición del lector contemporáneo. Como si la TV o los videojuegos hubieran sido la preparación cultural para nuestro nuevo ambiente."
De acuerdo con Mendoza, editor del sitio www.tlatland.com, en esta época en donde la novedad convive con cierta nostalgia por el pasado, los DJ de citas cohabitan con los lectores remodernistas: "Conscientes de ese imperio de la aceleración de los fragmentos, hay quienes evocan una desaceleración de la lectura. Habría una suerte de reacción anacrónica, intempestiva, llevada a cabo por una suerte de luditas defensores del papel. Lectores que yo llamaría ?remodernistas' -restauradores del modernismo-, que reivindican una edad anterior de la literatura caracterizada por una lectura de larga duración. Es la lectura que reclaman libros como Sendas de Oku, de Matsoo Bashõ, por ejemplo. Aun así todos, según nuestros diferentes momentos de trabajo, fluctuamos entre ambas posiciones: entre lectores salteados y lectores remodernistas. Porque, como diría McLuhan, no es que una forma tecnológica nueva reemplace a otra precedente sino que las nuevas formas se integran con las anteriores".
Se dice que alrededor del 50 por ciento de las compras de libros se deciden después de recorrer la Web. Por eso, y tal como afirma Ana Laura Pérez, editora de Penguin Random House, es razonable que hoy las editoriales dediquen mucha más energía en la presentación de cada título en la Red.
"Es fundamental medir a los autores en el mundo digital, pero no nos queda claro si eso redunda en ventas concretas. Una pregunta que nos hacemos es a la venta de cuántos libros equivale tener cincuenta mil o cien mil seguidores en Twitter, por ejemplo", reconoce Pérez.
"Es cierto, la oferta editorial está hipersegmentada, tenés más especificidad y tiradas más chicas. Hay mucho menos tiempo para leer. Parte del tiempo que le dedicábamos a la lectura hoy lo ocupamos en mirar series. Pero yo me pregunto si estos cambios no tendrán que ver más bien con lógicas ligadas al capitalismo", agrega.

Cambios y resistencias

Adaptarse a los nuevos tiempos, aprender nuevos lenguajes, asumir cambios que poco tienen de cosméticos: los desafíos de la industria editorial son enormes y también generan resistencias.
Daniel Benchimol reconoce que algunos sectores más conservadores no terminan de ver la necesidad de cambio. Sabe de lo que habla. Benchimol es director de la agencia Proyecto 451, que brinda servicios de consultoría y gestión a editoriales, empresas y organismos en su tránsito de lo analógico a lo virtual.
"Circulan artículos más o menos recientes que celebran las ventas de libros en papel y las toman como indicador de que todo está bien, de que no hay riesgo de crisis ni necesidad de cambiar. Pero ¿qué es lo que se vende? Libros para colorear para adultos. Se trata de una industria que produce un volumen impresionante, a razón de un libro cada 18 minutos en la Argentina. Un producto nuevo que tiene detrás toda una estrategia de distribución y comercialización diferente del resto. Pero en una sociedad hipersegmentada en materia de gustos y géneros, los únicos datos con los que se cuenta son los títulos publicados y vendidos. Si después se leyeron o no, es un misterio que no parece importarle mucho a la industria", dice Benchimol quien, sin embargo, hace algunas salvedades.
"En las pequeñas editoriales independientes, que suelen tener una mirada más fresca de la industria, se percibe una actitud más receptiva hacia los cambios y las oportunidades que ofrece esta época", reconoce.
El doctor en Comunicación Social y miembro de la Academia Nacional de Educación, Roberto Igarza, está convencido de que hay muchos más lectores de los que, a priori, puede suponerse. Sólo es cuestión de ampliar el foco que miran las encuestas. "Hay ciertas prácticas de lectura supuestamente vergonzantes que no registran las encuestas. Por ejemplo, cuando se leen fragmentos, géneros, o en soportes y formatos diferentes a los que la industria rastrea en esas investigaciones. Si lo que queremos es identificar las prácticas de lectura y no las unidades compradas de libros, es claro que habría que reorientarlas", sostiene el especialista.
Igarza destaca, sin embargo, algunas novedades en las prácticas del mundo editorial. "La industria hace bien en entender que los prescriptores tradicionales requieren ser complementados con perfiles capaces de empatizar con públicos de nicho, más segmentados, que promuevan el diálogo. Por eso los booktubersse han convertido en prescriptores y están siendo, en gran medida, absorbidos por las editoriales."
De la misma manera, sostiene que no existen en las prácticas de lectura situaciones o escenas que no sean transmediales. "En una escena encontramos una cohabitación entre formatos, dispositivos y géneros de diferente origen. El más claro es que, mientras leo, no apago el celular. Se da una suerte de apilamiento de medios. Lo mismo ocurre cuando un párrafo se vuelve árido: recurro a la Web para poder comprenderlo mejor. La industria es consciente de esa actitud transmedial y lo que se percibe es que está buscando tener cada vez mayor predominancia en el ecosistema de medios que nos rodean. Así, si tenés dudas, podés consultar la página web del autor o ver algún material adicional de los realizadores", ejemplifica el especialista, también docente e investigador universitario.
En un artículo dedicado a analizar las oportunidades y retos para la industria editorial de su país, la costarricense Marianela Camacho Alfaro, experta en Filología Española, Lingüística y Edición Digital, sostiene que el potencial de incorporar las nuevas tecnologías en el proceso de edición va más allá de convertir o digitalizar los libros ya impresos o de preservar en soporte digital las obras y su herencia cultural. Sus reflexiones bien aplican en un contexto como el nuestro: "El futuro de la industria va de la mano de incorporar y generar nuevos discursos digitales, de modo que la noción de texto deje de ser la de 'algo fijo', que haya conexiones y posibilidades más allá del texto; de ampliar la oferta de contenidos culturales con innovadores modelos de negocio; de abrir espacios de participación a los lectores para que éstos generen contenido, interactúen con los textos y compartan sus experiencias lectoras a través de páginas web, de redes sociales y de redes de lectores (Goodreads, Wattpad, Lectyo); de evolucionar en nuevos géneros, formatos y tipos de lectura; de ir más allá de las dos dimensiones".
El desafío no es menor. Tal como afirma la especialista, se trata de repensar y reestructurar lo que viene haciendo la industria editorial desde hace más de quinientos años. Un momento bisagra -como el que ya han debido atravesar el cine o la música- que implica reinventarse. Pasar del monólogo al diálogo. Y reafirmarse en tiempos de bits.